Entre sus manos se escurrían sus propias víceras. Se resbalaban entre sus dedos los turupes de mierda que alcanzaba a medio sentir. Una maraña de babosos elementos irregulares, de tonos rosa. En medio del mierdero logra identificar un ser con vida propia que se retorcía, se escurría. No lograba tomarlo en sus manos. Devolvió sus víceras a su lugar, por el mismo hueco por el que habían salido, su ano, mientras ese ser suave pero viscoso, se retorcía en el suelo.  Sin pensarlo, lo rabanó en pedacitos con el cuchillo mas grande que encontró. Cortes parejos, todos del mismo tamaño. Había que ser meticuloso para que no quedara duda de que estaba muerto. Para asegurase de que no reviviera, cada pedazo lo envió a un lugar del mundo distinto para que no existiera la posibilidad de que se unieran de nuevo.

 

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